Mayo
del 2002
LA DIGNIDAD.
En nuestros tiempos filósofos y
escritores afirman con frecuencia la igualdad de los seres humanos. Esta aseveración resulta muy atractiva para
muchos porque intenta borrar comparaciones enojosas entre personas en beneficio
de los menos dotados quienes resienten el resultado de la comparación como una
injusticia humillante que despierta en ellos un estado emocional a veces
insoportable y que es producto, afirman,
de una actitud dolosa de parte del que juzga. Lamentablemente, la reflexión
muestra en ocasiones que el juicio fue objetivo y no existe tal injusticia y la
realidad. En tales casos no queda para el perdedor sino aceptar humildemente el
resultado y luchar por remediar la causa de la inferioridad. Otras veces predomina
el amor propio y la soberbia se yergue
arrogante cuestionando la honestidad del juez que, asegura, se dejó llevar por
prejuicios y no tomó en cuenta argumentos manifiestamente en su favor. Es claro
que en estos casos cualquier afirmación universal sobre la igualdad de los
seres humanos es bienvenida y respaldada acaloradamente. Si hacemos uso, sin
embargo, de esa capacidad humana de reflexionar sobre nosotros mismos,
llegaremos indefectiblemente a la conclusión de que no hay dos seres iguales. Siempre
habrá diferencias que nos aseguran que somos UNICOS E IRREPETIBLES, aunque
siempre reconociendo la existencia de parecidos o semejanzas entre personas. Es indudablemente cierto que los
rasgos faciales podrían asemejarse hasta cierto punto, pero también es verdad
que estas características de igualdad
tienen un límite y que, a fin de cuentas, somos únicos e irrepetibles, como se
dijo anteriormente.
Es necesario reconocer también
que las comparaciones descritas con anterioridad no son necesariamente las
únicas que se toman en cuenta al valorar a una persona y que siempre existen
compensaciones: alguien o algo podrá
carecer, es cierto, de alguna cualidad en grado destacado pero también es
cierto que puede sobrepasar en alta
medida al comparado en otra característica o virtud. Además,
debe señalarse que no se trata de valorar a la persona en sí, sino de evaluar su grado de adecuación para
realizar una función. Así se dice que
“tal persona es poco o muy valiosa para
“realizar tal función o para tal propósito”. Aquí entra en juego lo que decíamos
antes respecto a los valores: algún ser u objeto podrá adecuarse en alto grado
a una demanda o necesidad en tanto que,
en otro caso, no se ajusta como deseáramos que lo fuera. Esta adecuación,
cuando se trata de personas se llama DIGNIDAD. La “DIGNIDAD” de una persona es
la medida de su capacidad para llenar una o varias funciones específicas. La
dignidad de un gobernante expresa que posee las cualidades que lo capacitan para
gobernar y que cada función que demanda el puesto será satisfecha en grado de
excelencia con la capacidad o habilidad del funcionario para cumplirla. Esa
capacidad constituye su DIGNIDAD. Se dice por tanto, que un gobernante es
indigno de su puesto cuanto no posee las
virtudes para cumplir las obligaciones que su
empleo demanda o que sus vicios lo hacen incapaz de cumplirlas. Se
califica a una persona como “DIGNA de encomio” cuando sus virtudes le permiten
con creces, realizar lo que se espera de ella.
También se dice que una persona es “DIGNA de tal puesto” cuando su valor
lo indica para tal empleo o bien que “tal puesto, empleo o cargo es de tal
manera importante que le confiere “GRAN DIGNIDAD” a la persona que capazmente
lo ocupa. En ese caso se da al que lo ocupa el calificativo de DIGNATARIO.
RMM
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