Al Abuelo
Hoy estoy
sola o casi sola, pero no abandonada a mi suerte, me mantengo en pie orgullosa.
Los años han pasado sobre mí y después de un crecimiento largo y lleno de
historias y aventuras, mi vida se encierra en una monotonía apenas rota por
algunas pequeñas reparaciones para mantener una apariencia digna; A mis
adentros, con movimientos lerdos, mientras pintan y escriben sus memorias, dos
adultos mayores esperan ansiosos la visita eventual de alguno de sus hijos con la
algarabía de alguno de sus 30 nietos. Pero aun, conservo en mis paredes
orgullosamente erguidas, aquellas imágenes de quienes me han habitado, de
quienes crecieron aquí y de los momentos más bellos que con amigos y parientes que
frente a mí, hubo a lo largo de esta existencia. Los árboles, han crecido y su
sombra me ha obscurecido y enfriado, pero no he perdido mi calor de hogar. Mis
habitaciones vacías del ruido de los niños, ansían la visita de los que viven
fuera de la ciudad y vengan a desordenar, a desempolvar y a romper el eco del
sol que reverbera en sus paredes o detener el ruido cristalino de la lluvia que
se ahoga en sus muebles y alfombras, convirtiéndome en memoria y en la memoria
que de mí se tenga.
1957, año
en que me empezaron a construir en un solar al sur oeste de la ciudad, casi
deshabitado, pues la colonia empezaba apenas a poblarse de colonos que huían
del bullicio de la gran ciudad y que hoy (casi sesenta años después), se
encuentra en medio de edificios y vías rápidas, casas sin jardines, automóviles
y camiones ruidosos y contaminantes.
Para el
ocaso de mi vida útil, me había convertido en una enciclopedia de vivencias y
recuerdos en el que el tiempo va dejando huellas indelebles de historias, que
algunas, llegaron al estremecimiento, pero también, muchas que formaron el
carácter y la personalidad no sólo de mis habitantes sino también de muchos que
pasaron por mí, a lo largo de los diferentes periodos de formación y
crecimiento de la familia peculiar que me ocupaba.
Crecí al
ritmo de ellos; Vi nacer a más de la mitad de sus miembros mientras yo lo hacía
en número de habitaciones que me conforman; Todos y cada uno participó
poniéndome algunos ladrillos, cables eléctricos, tuberías hidráulicas, etc. y
vi cómo fueron ocupando mis diferentes áreas conforme las iban terminando;
Estuve con ellos cuando rieron o lloraron, cuando jugaron o pelearon, cuando
soñaron y desearon, cuando ilusionaron y creyeron, cuando lucharon y lograron;
Pero también estuve con ellos cuando cada uno estuvo solo, en la intimidad del
encierro de alguna habitación, realizando sus actividades más personales o meditando,
escribiendo o leyendo, en la ociosidad o la productividad o haciendo alguna
travesura de la que no querían que los sorprendieran mientras yo, me ocupaba de
darles cobijo en una especie de complicidad que les daba seguridad.
Con ellos
viví fiestas, reuniones, cenas o cuanta actividad social se les ocurría, en
compañía de sus amigos o familiares; También, los vi enfermar y recuperarse; A
todos los escuché hablar, discutir, negociar, insultar, apoyar y decir palabras
de alientos y así, los protegí ante las inclemencias del mundo, pero juntos,
gozando todo lo bello que la vida ofrece.
Sí,
adivinaron, soy la casa, pero no una casa cualquiera, sino la casa de Ajusco,
la que se volvió el hogar de muchos, los que me construyeron y habitan, y de
los que de una forma u otra, tuvieron que ver con esta familia. Y por todo lo
que viví con ellos, podría contarles una gran cantidad de sucesos de los que
fui testigo.
Corría el
verano de 1974. Durante la década anterior, el mundo empezó a acelerarse en
todos sentidos, esto es, social, política, ideológica y económicamente se
gestaban muchos cambios como: La corriente de liberación femenina; Los hippies
y el amor libre; La indefinición de los países por el sistema social que debían
adoptar (socialista, capitalista, comunista, liberal, etc.); El inicio de la
televisión; El viaje a la Luna; La creación y desaparición de nuevos países que
redefinían la distribución política del orbe, entre muchos cambios más. Todo
esto, como es lógico, afectaba de manera consciente o inconsciente a todo ser
del planeta.
Aunque
muchos no lo entendieran, vivían los cambios que en la vida diaria se daban y,
como todo ser que pretende pertenecer a un grupo social, se veía obligado a
seguir las nuevas reglas, muchas indefinidas, que la sociedad imponía. A esta
generación de personas que se encontraban formándose por estar en su
adolescencia, yo les llamo la generación del “jamón del sándwich”.
Pues
bien…, mis habitantes, sus amigos y yo, no escapábamos a estos cambios, pues
todos nos encontrábamos precisamente en esa época tan convulsiva de la historia
del planeta, pero también, en ese periodo de la vida del hombre en que empieza
a definirse como persona, la adolescencia, (ya que el más chico Juan, contaba
con apenas 9 años y el mayor de ellos Roberto, rondaba los 21 o 22).
Diez
inquietos seres que heredaron las muchas ganas de vivir, hacer y disfrutar todo
lo que les rodeaba, que aprendieron a su modo, unos más y otros menos, a
analizar y razonar todo o casi todo lo que se les ponía en frente para después
regodearse con ello. Roberto: el mayor, formal y estudioso, prudente y
analítico por instinto, todo un intelectual en potencia, que terminó dominando
tres idiomas (incluyendo el materno) , ejecutor con destreza de dos
instrumentos musicales y doctorándose en una de esas carreras que para
cualquier otro cristiano de a pie hubiera tenido que empeñar su vida por un par
de neuronas más y que a Robi (como le apodábamos) y a Guillermo (el séptimo de
ellos) les sobraban; El segundo, Javier: (como dicen en el pueblo de mi mujer, con lombrices en el cuajo) pues nunca
paraba, siempre buscando que hacer o a quien molestar, creativo y curioso,
visceral y habilidoso; Lilia, tierna, callada, muy sensible, ingenua y
soñadora; Manolo, responsable y alegre, analítico, emprendedor y amiguero; Margarita,
tremendamente alegre e inquieta, romántica, aterrizada, muy amiguera y
estudiosa; Jorge, alegre, inquieto y visceral, soñador y sensible; Guillermo, condescendiente,
ingenuo, soñador, sensible y empático y como dije antes, otro al que le
sobraban neuronas, lo que también ha sabido aprovechar; Ricardo, creativo,
tranquilo, racional y habilidoso; Luis: emprendedor, soñador, audaz y ambicioso;
y por último, el más pequeño, Juan: observador, práctico, analítico y racional),
diez hijos formaban la gran familia que me habitaba, más los padres (el Dr.
Roberto, que desde siempre fue jefe, lo que le formó un semblante afable pero
que siempre inspiraba admiración y respeto, alegre, muy culto, inquieto y de
carácter visceral que reprime con el raciocinio para lograr imponer el respeto
que necesitaba para ejercer su papel de jefe en el trabajo y de padre en la
casa, pero siempre cariñoso, aunque no muy expresivo, excelente y perene
maestro de todo o casi todo, hábil, diestro y creativo, buen conversador y muy
querido y admirado por todos los que lo rodean, honesto, seguro de sí mismo e
inquebrantable en los procesos a realizar fuere cual fuere, o tratase de lo que
se tratara; y cerrando con broche de oro, Lilia: esposa y madre, bella,
inteligente, creativa, muy despierta, ávida por aprender y vivir, cariñosa y
con objetivos muy claros, entregada, prudente, muy afable (nunca vi que
perdiera el estilo), y todos ellos, seguidos siempre por los agregados que
nunca faltaban y que siempre fueron acogidos con cariño, como un hijo o un
hermano más en ésta nuestra gran familia.
Jorge Maass M.
Jorge Maass M.
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