EL ESPEJO
Roberto
Maass Escoto
No
se crea, sin embargo que los espejos, como los conocemos ahora, son fruto del
ingenio del hombre en los últimos siglos. En los museos pueden admirarse
espejos hechos hace tres mil años. Los conocieron las mujeres egipcias,
etruscas y latinas y estaban fabricados con láminas de metal pulido y
abrillantado. No fue sino hasta el siglo XVIII que se descubrió la técnica del
azogue de láminas de vidrio para la fabricación de espejos.
No
fue, sin embargo, sino en la primera mitad del siglo XX en que alcanzaron
madurez y popularidad tanto la fotografía doméstica como la cinematográfica no
profesional, ahora como artículos hogareños, permitiendo así coleccionar
permanentemente imágenes de cualquier evento personal o social, tal como los
rostros y las escenas de la vida familiar y así disponer de registros visuales
que mostraran cómo iban evolucionando a través de los años nuestra casa y sus
habitantes.
Ahora,
volviendo a los espejos, recordemos que además de los planos, existen algunos
que deforman la imagen del que se ve en ellos. Esto acontece cuando en algún lugar de su superficie tenga una convexidad
o alguna depresión: en tales casos nos
veríamos en él exageradamente gordos o nos
contemplaríamos increíblemente delgados. No podríamos reconocernos. Pero cualquiera
sabe que eso no debe ser motivo de inquietud, porque el cambio solo afecta a la
imagen. El original permanecerá intacto, tal como es. Sería solamente causa de
risa, para todos los que lo vean. Todos sabemos que una cosa son las imágenes u
otra la realidad de lo que reflejan. Por tanto, si hemos de aceptar a Tomás de
Aquino, cuando nos asegura que la verdad es la adecuación de una imagen con la
realidad que representa, solo la imagen obtenida en un espejo plano, podría ser
calificada como verdadera en forma y apariencia. Ninguna mujer utilizaría para
su arreglo personal un espejo deforme, solo tendría fe en uno plano.
La
difusión de la fotografía y de la imaginería digital, no han hecho perder ni un
ápice la popularidad al espejo personal.
A través de los años, aún persiste en el ser humano el goce de verse tal como
sus semejantes lo ven, no solo en la quietud y el reposo, sino también en sus momentos
de actividad y dinamismo, como podemos ahora hacer mediante el empleo de una
cámara de video.
Podríamos
preguntarnos, ¿Qué pasaría si con la ayuda de una de estas pequeñas cámaras digitales
grabáramos subrepticiamente la conducta de alguien, en el momento de realizar
sus cotidianas actividades, como podría ser, pongamos por caso, cuando conversa
con sus amigos, o cuando se encuentra muy enojado en contra de alguien, o
exaltándose emocionalmente al recibir una noticia agradable. O tal vez en sus
momentos de desilusión o depresión o, en general, en aquellas situaciones en los
que se ponen de manifiesto espontáneamente su carácter, sus costumbres, su
personalidad, su temperamento, etc.?
Y, ¿Qué pasaría si al día siguiente
mostráramos esas grabaciones a la persona así retratada?, ¿Qué reacciones
podríamos esperar que se suscitaran en ella?, ¿Cuál sería su respuesta? Ante
todo, veríamos sorpresa, porque la oportunidad de verse a uno mismo tal como
“otros” nos ven en situaciones parecidas, no se ofrece con frecuencia a un ser
humano. Por otro lado, es posible la reacción pudiera ser de enojo, porque de
manera oculta y sin contar con una autorización previa, ha visto invadida su
privacidad. O bien, ¿no podría ser que
se sintiera “avergonzado” de sí mismo? Es muy posible que así sea, porque los
humanos tenemos la tendencia a ocultar ante nosotros mismos nuestras miserias y
es natural que si éstas son exhibidas, la reacción no se hace esperar: nos da “vergüenza”
Ahora,
si por el contrario, la grabación hubiera sido realizada con su consentimiento,
¿No se perdería acaso el elemento de la “espontaneidad”?. También es probable
que, si se le avisara poco antes de la grabación, su reacción natural hubiera
sido la de “arreglar” su aspecto y su actitud, así como vigilar cuidadosamente su
conducta, para causar una buena
impresión en el público que llegara a ver el video. Eso es lo que llamamos
“cuidar nuestra imagen”
Bueno, ahora escapémonos por un momento de
nuestras realidades, penosas o no, y pensemos lo interesante que sería disponer
de un espejo mágico como el de la madrastra de Blancanieves, al que se le
podían hacer preguntas tan intrincadas y difíciles de responder como la de su
dueña, al pedirle que declarara cual era la mujer más bella del mundo y esperar
que hiciera una encuesta instantánea al respecto. ¡Cómo! ¿Había solamente dos
contendientes para el título, ignorando a otras candidaturas posiblemente más
hermosas e inteligentes? Recordemos que
la belleza corporal es siempre tan importante como la belleza interior,
y en ocasiones, ante una mujer verdaderamente virtuosa, palidecen todas las
cualidades estéticas.
Por
otro lado, disponiendo de todos esos instrumentos tan familiares como son los espejos,
mágicos o no, ¿No servirían solo al único propósito de contestar a todos los
humanos y, sobre todo, a las humanas, la eterna pregunta: ¿Cómo me ven los demás?
A
fin de cuentas, el video que nos entregara la cámara digital, ¿No nos daría, al
igual que el humilde espejito de tocador la misma respuesta que buscamos? Y ese
“espejo electrónico” que es la cámara de video, no nos permitiría además, hacer
un juicio detallado sobre nuestro comportamiento dándonos la respuestas a
preguntas tales como, ¿De qué modo nos conducirnos en la vía pública?, ¿Qué imagen damos cuando
caminamos? La respuesta no podría ser
más pormenorizada: ¿Cómo me queda este traje?, y… ¿esta corbata?, o bien ¿Tengo yo “buen
gusto” en mi arreglo personal?, ¿Me conservo acaso tan bien parecido o parecida
como cuando era joven?, ¿Son demasiado visibles mis defectos faciales?, ¿Cuál es el espectáculo que doy cuando estoy
comiendo?, ¿Y cuándo me enojo? Así, es seguro que podríamos hacer más y más preguntas
de todo género al “video-espejo”.
Ahora,
siendo al mismo tiempo juez y parte, ¿tendríamos la humildad de reconocer el
veredicto cuando la evidencia nos resultara desfavorable?, y si así fuera, ¿Cuál
sería mi respuesta? En general se presentan dos alternativas. Una es reconocer
honesta y humildemente nuestra realidad y buscar una solución inteligente al
problema, Pero también puede uno reaccionar emocionalmente y negarnos a admitir
esa realidad por el dolor que nos causa y evadirnos, desplazándonos mentalmente
de la situación y negándonos a reconocer el resultado del juicio del que fuimos
objeto. En este caso podrían esgrimirse argumentos tales como, por ejemplo,
“¡Maldito espejo, cómo deforma todo lo que refleja”, o tal vez,| como este otro: “¡Es evidente que este espejo
siempre me hace verme desde un ángulo inadecuado!”.
Continuará
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